2025/08/01

NORDKAPP GALDOPINGEN

En el verano de 1995, nueve amig@s, cargados de mochilas, cajas llenas de provisiones y una ilusión que desbordaba la furgoneta alquilada, partimos rumbo a Cabo Norte, el extremo más septentrional de Europa. No había internet, ni gps para planear la ruta. Solo unos mapas, una calculadora para convertir coronas, francos y marcos, y el entusiasmo de la juventud.

La furgoneta se convirtió en nuestro hogar durante más de 11.000 kilómetros de viaje. Recorriendo una docena de países, carreteras serpenteantes y fiordos, durmiendo bajo cielos nórdicos donde no anochecía y haciendo paradas improvisadas en lagos cristalinos y pequeñas aldeas.

Uno de los momentos más memorables fue el ascenso al monte Galdhøpiggen, el punto más alto de Noruega y de Escandinavia. Subimos entre risas, respirando el aire helado y maravillándonos con glaciares lejanos que parecían de otro mundo.

Sin internet, nuestras decisiones eran colectivas y cada uno aportaba algo. La música salía de una vieja radio con casetes, y los momentos difíciles, se resolvían con paciencia y trabajo en equipo. Las monedas, diferentes en cada país, eran un rompecabezas constante; nos convertimos en expertos improvisados en economía, saltándonos la ley y repostando gasoil agrícola mucho más barato, y con intercambio directo con los locales, quienes, con sonrisas, aceptaban nuestras botellas de alcohol a cambio de carne de reno (poro).

Al final, llegamos a Cabo Norte bajo una niebla que impedía ver nada, absolutamente nada.

¿Tanto esfuerzo para esto? Si, ¡claro que si!, pensamos mirando el supuesto horizonte infinito, conscientes de que habíamos alcanzado no solo un punto geográfico, sino también una cima emocional.

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